Enero huele a limpio, como a recién estrenado. Es una sensación de infinita renovación, como si de mudar una piel se tratara. En tan sólo un par de días, de horas, de minutos, de segundos, según se acerca la medianoche del día 31 con Año Nuevo, vemos como se va consumiendo la llama del año presente, que a la misma vez se hace pasado en el presente, antiguo en su misma presencia. Es un presionar a acabar el tiempo presente para dejar paso a uno nuevo.
Y de pronto nos vemos catapultados por la incesante cadencia del reloj que no hace sino empujarnos a seguir adelante,… solo que ahora nos anima a asir con fuerza un nuevo año, como si se tratara de un ramo de una docena de rosas frescas recién cortadas dispuestas a ser admiradas en nuestra mano, pudiendo observarlas de cerca o de lejos; desde arriba o desde abajo; olerlas, tocarlas; retocarlas, fundirnos en ellas, mientras mes tras mes se van marchitando y acaba desintegrándose el ramo entero como lo hacen los doce meses que se nos regalan.
Enero huele a limpio. Es un aire frío, seco, vivificante, limpio, que nos limpia desde dentro y nos insufla un empujón de vida para empezar de nuevo, pero siguiendo como si nada. Es un aire dulce pero sin llegar a ser empalagoso, frío en la justa medida en que nuestro aliento lo templa sólo lo justo y necesario antes de alimentarnos el espíritu.
Aún quedan muchas sensaciones en los doce meses que tenemos por delante, por eso, Enero invita a respirar hondo y profundo, como si fuéramos a coger aire antes de zambullirnos en la piscina de la vida y bucear en sus misterios. Ya tendremos tiempo de nadar en mitad del mar de los días venideros: ahora es el momento de otear el horizonte desde la orilla y refrescarnos con la visión de una nueva etapa por surcar, aunque no sepamos lo que nos deparará ni los misterios, riesgos o aventuras que nos encontraremos en la ruta. Hinchemos los pulmones: Enero nos invita a ello.
Enero huele a aire limpio y frío con un toque dulzón y renovador.